TEMA 24.- La Oratoria 

I. CARACTERÍSTICAS:

 ▪ Definición:  la oratoria es el arte de la persuasión mediante la palabra

La oratoria debe desarrollarse en un marco democrático, donde haya libertad de expresión e independencia del poder judicial; estas condiciones se dieron solo en la época republicana, cuyo sistema político se basó en la consulta popular (los candidatos necesitan convencer al pueblo para que los vote), lo que proporciona a la oratoria las condiciones propicias para su desarrollo; con la llegada del Imperio se imponen nuevas formas de gobierno basadas en el poder personal, y la oratoria, falta del ambiente de libertad que necesita, decae y deja de estar en el foro y en los tribunales para refugiarse en las escuelas, transformándose en un puro ejercicio de retórica.

 ▪ La oratoria comienza a practicarse en época muy temprana; el primer discurso del que tenemos constancia es el pronunciado por Apio Claudio el Ciego (dictador en el 312 a. de C.), con motivo de la guerra contra Pirro. Durante los primeros años la oratoria se desarrolla teniendo como elemento fundamental la improvisación delante de un auditorio; solo bastante más tarde, cuando se tiene conciencia del valor literario de los discursos, estos empiezan a fijarse por escrito.

 ▪ La oratoria impregnaba gran parte de la vida pública en época republicana y su valor era reconocido en los tribunales (discursos judiciales), en el foro (discursos políticos) y en algunas manifestaciones religiosas (elogios fúnebres). El pueblo romano, extraordinariamente aficionado a los discursos, sabía valorar y aplaudir a los oradores brillantes.

 ▪ La oratoria es un instrumento útil y práctico para: 

a) Conseguir cargos públicos, convenciendo a la gente para que le vote  

b) Conseguir inclinar la balanza de la ley en favor de las propias teorías. 

▪ Dejando a un lado su decisiva importancia en la vida política de Roma, el "arte del bien hablar" se convierte también en un instrumento educativo de primera magnitud y en la principal causa del desarrollo de la prosa latina, ya que a la pura actividad oratoria en el foro y en las asambleas sucede pronto la reflexión teórica sobre la misma, y se desarrolló, a partir del s. II a.C., una disciplina nueva en Roma, la retórica, que había surgido en Grecia en el siglo V a. de C. como una sistematización de técnicas y procedimientos expositivos necesarios para el orador. 

▪ Los oradores se sirven de la retórica para elaborar el discurso; la retórica es el arte o técnica del discurso oratorio y nos da una serie de normas para su elaboración. La técnica del discurso contiene cinco puntos fundamentales que el orador debe dominar para construir un buen discurso conforme a las reglas de la retórica: inventio (= búsqueda de argumentos apropiados y probatorios), dispositio (= distribución de esos argumentos siguiendo un plan adecuado), elocutio (= la elección de la forma más elegante para expresar las ideas), memoria (= capacidad de recordar cada cosa en el lugar apropiado) y actio (= todo lo relacionado con los gestos y el tono de voz). Las partes del discurso también son cinco: exordium (= introducción), narratio (= exposición del asunto), probatio (= aportación de argumentos), refutatio (= se rechazan las objeciones reales o posibles) y peroratio (= conclusión, donde se intenta inclinar al auditorio o a los jueces a favor de las teorías que el orador defiende). 

▪ Según la finalidad del discurso se distinguían tres géneros de elocuencia: el judicial (tiene lugar en los tribunales), el deliberativo (el que se da en las asambleas) y el demostrativo o epideíctico (discursos de lucimiento). 

▪ También el estilo o tono de los discursos debía adecuarse a los distintos géneros de elocuencia, distinguiéndose también tres tipos de estilo o genera dicendi: Genus grande (estilo elevado) Genus medio (estilo medio) Genus tenue (estilo elegante).

 ▪ En el ámbito de la retórica se distinguen tres escuelas que proponen distintos modelos de elocuencia, tomados todos del mundo griego: la aticista (sobria, da más importancia al fondo que a la forma), la asiana (ampulosa, colorista, da más importancia a la forma que al fondo), y la rodia (busca un equilibrio entre el fondo y la forma). 

▪ Con el agotamiento del sistema republicano y la llegada de Augusto al poder, la práctica de la oratoria, privada de las condiciones políticas que la justificaban, desaparece. Las escuelas de retórica siguen manteniéndose con una finalidad educativa y conservando su influencia en la lengua y literatura latinas, pero la oratoria se convierte en pura declamación. Los modelos griegos de los oradores romanos son los sofistas y Demóstenes. 

II. DESARROLLO CRONOLÓGICO (PRINCIPALES AUTORES Y OBRAS): La figura clave en la oratoria romana es Cicerón; así podemos hablar de oratoria precicerionana, ciceroniana y postciceroniana.

 ▪ Oratoria preciceroniana: lo que sabemos de ella lo debemos a una obra de retórica del propio Cicerón, el Brutus (Bruto), que es una historia de la elocuencia romana hasta su época. Como oradores romanos anteriores a Cicerón podemos destacar a Apio Claudio el Ciego, a Catón, a los hermanos Graco y a sus dos maestros, M. Antonio y L. Licinio Craso. 

▪ Oratoria ciceroniana: con Cicerón la oratoria consigue su cénit; es en el s. I a.C. cuando se dan las condiciones sociopolíticas que favorecen su desarrollo (enfrentamientos de partidos, denuncias de intrigas y proyectos revolucionarios, traiciones, acusaciones de sobornos, etc.). Es también ahora cuando la retórica alcanza su mayor desarrollo, apareciendo las tres escuelas de oratoria de las que antes hemos hablado y surgiendo también tres grandes figuras, representantes de las tres escuelas: C. Licinio Calvo (escuela aticista), Q. Hortensio (escuela asiana) y M. Tulio Cicerón (máximo representante de la escuela rodia). 

CICERÓN

Cicerón (106-43 a.C.) era de Arpino y vivió una época de fuertes convulsiones (la guerra social por conseguir la ciudadanía, la guerra civil entre Mario y Sila y la que enfrentó a Pompeyo y a César, la rebelión de los esclavos o la conspiración de Catilina); el gran mérito de Cicerón es que supo llevar a sus discursos todas las reglas sobre la elaboración del discurso, expuestas en sus tratados retóricos. Los discursos de Cicerón se pueden clasificar en dos grandes grupos:

 a) Discursos judiciales: tienen lugar en el foro y ante los tribunales; se refieren tanto a acusaciones (in = contra) como a defensas (pro = en defensa de); los más importantes son las Verrinas (defiende a los sicilianos contra Verres -in Verrem-, exgobernador de Sicilia, que se había dedicado a expoliar la isla y a sus habitantes; Cicerón consiguió su condena) y En defensa del poeta Arquías - Pro Archia poeta-  (Cicerón, tomando como pretexto la defensa del poeta griego Arquías, al que se acusaba de usurpar el derecho de ciudadanía romana, hace un elogio de las letras en general y de la poesía en particular).

 b) Discursos políticos: se pronunciaban durante el desempeño de algún cargo público en el Senado, en la curia o en el foro; los más destacados son las Catilinarias (cuatro discursos pronunciados ante el Senado y el pueblo de Roma en el año 63 a.C. para desenmascarar el intento de golpe de Estado de Catilina; Cicerón consiguió hacer fracasar la conspiración y fue proclamado por ello pater patriae, padre de la patria) y las Filípicas (catorce discursos contra M. Antonio que se consideraba el sucesor político de César; estos ataques furibundos contra Marco Antonio le valieron el odio de Marco Antonio y su posterior ejecución a manos de soldados de Marco Antonio). Cicerón, además de ser un magnífico orador, también escribe sobre cómo ha de ser el discurso; en sus tratados de retórica, como De oratore (Sobre el orador) o el  Orator (El orador), nos habla de cómo ha de ser el orador (que debe poseer cualidades naturales, cultura profunda y dominio de la técnica oratoria), de su triple función (docere, delectare y movere = enseñar, deleitar y conmover) y de la técnica del discurso (puntos fundamentales, partes...)

 ▪ Oratoria postciceroniana: tras la muerte de Cicerón y la llegada del imperio, la oratoria entra en declive; la libertad, tan necesaria para el desarrollo de la oratoria, desaparece con el Imperio, el Imperator asume todo el poder, ya no hay rivalidades electorales, ni campañas de candidatos (ya no se necesita convencer al pueblo para ser elegido), ni reuniones públicas, etc. La oratoria pasa del foro a las escuelas haciéndose artificial, amanerada y afectada; los oradores ya no aprenden escuchando a los grandes oradores en el foro, sino en la escuela, haciendo muchas veces ejercicios artificiales y con situaciones poco reales: la oratoria ha perdido ya la fuerza que tuvo con Cicerón. Entre los oradores posteriores a Cicerón podemos destacar a Séneca el Mayor, autor de Suasorias (donde se exponer razones a favor y en contra de una determinada acción) y de las Controversias (debates sobre casos rebuscados y complicados), a Quintiliano (escribió la Institución oratoria, un programa detallado de la formación del orador), a Tácito, autor del Dialogo de los oradores (donde expone las causas de la decadencia de la elocuencia) o a Plinio el Joven, quien escribió un Panegírico a Trajano (el panegírico es un discurso de tipo demostrativo, caracterizado por un marcado tono encomiástico; el Panegírico de Plinio constituye una alabanza desmedida de la moderación, magnanimidad y otras virtudes del emperador).

EJERCICIO.-  Lee este texto y responde a las preguntas sobre el mismo:

 

1.- ¿Hasta cuándo, Catilina, abusarás de nuestra paciencia? ¿Hasta cuándo ese furor tuyo se burlará de nosotros? ¿Adónde irá a dar consigo esa osadía desenfrenada tuya? ¿Cómo no te mueven, para que desistas de tu locura, la nocturna guarda y vigilante guarnición del palacio? ¿Tampoco, los centinelas de la ciudad? ¿No, el temor del pueblo? ¿No, el consenso y la conformidad de todos los buenos? ¿No, el presente lugar, tan guarnecido de gente, donde suele juntarse ordinariamente el senado? ¿No, los rostros y las presencias de estos padres magníficos? ¿Qué es esto? ¿No sientes que tus consejos son del todo ya descubiertos y que tu conjuración está ya convencida y como tomada a manos por el perspicaz conocimiento y juicio de todos estos? ¿Cuál de nosotros piensas que ignora lo que hiciste la noche pasada y la precedente, en qué lugar estuviste, con quiénes te juntaste, y qué es lo que se resolvió en aquel santo consejo tuyo?

¡Oh, tiempos! ¡Oh, costumbres!

¿Es posible que entienda esto el senado, y lo vea el cónsul y viva este? Vive, vive, desde luego, y no solamente vive, sino también ocupa lugar entre los senadores, y del público consejo se le da parte mientras él, echándonos turbiamente los ojos, señala y destina consigo mismo a cada uno de nosotros para la muerte, cuyo furor y armas, si declinamos tan solamente, nos parece a nosotros, varones fuertes, que satisfacemos a la república.

A la muerte, a la muerte, ¡oh, Catilina!, deberías haber sido llevado hace ya mucho tiempo, por orden del cónsul, para que sobre ti lloviera esta pestilencia que a todos nosotros desde hace muchos años nos tenías maquinada.

¿Cómo? Publio Escipión, varón magnífico y pontífice máximo, siendo un hombre particular, mató a Tiberio Graco porque pervertía mediocremente el estado de la república. ¿Y sufriremos nosotros, cónsules, a Catilina, que desea destruir todo el mundo y condenarlo a sangre y fuego?

Quiero pasar en silencio todas las historias antiguas, entre las cuales se cuenta que Quinto Servilio Hala mató con sus propias manos a Espurio Melio, porque le sintió afanoso en revoluciones. Prevaleció, prevaleció sin falta, en los tiempos pasados, esta virtud singular en nuestra república de que los varones fuertes solían reprimir con castigos más ásperos los insultos de los ciudadanos dañosos a la ciudad que los de los crudelísimos enemigos.

Tenemos, pues, contra ti, Catilina, el vehemente, severo y grave decreto del senado; a la república no le falta ni el consejo ni la autoridad de los senadores, pero le faltamos nosotros: nosotros —lo digo abiertamente— los cónsules.

2.- Ordenó el senado en los tiempos pasados a Lucio Opimio, cónsul, que proveyese cómo la república no recibiese daño alguno ni detrimento, tras el cual decreto, sin intervenir noche alguna, por ciertas sospechas de sedición y alboroto, fue luego muerto Gayo Graco, nacido de ilustrísimo padre, y de señalados abuelos y antepasados; y juntamente Marco Fulvio, varón consular, con sus hijos. Por semejante decreto de todo el senado fueron dadas a Gayo Mario y a Lucio Valerio, cónsules, las riendas y el gobierno de la república.

Decidme, pues: tras tal elección, ¿pasó un día que no muriesen Lucio Saturnino, tribuno de la plebe, y Gayo Servilio, según habían merecido? Mas a nosotros ya se nos pasa el vigésimo día después de dejar embotarse los filos de la autoridad de estos senadores, y así es que, aunque tenemos senadoconsulto, quiero decir el decreto del sacro senado, lo tenemos todavía encerrado entre unas tablitas, como una espada metida en vaina. La severidad de este senadoconsulto ordenaba, Catilina, que hubieras muerto hace días; pero vives aún, y vives no para deponer, sino para llevar adelante tu atrevimiento.

Querría, padres conscriptos, ser benigno y clemente. Querría, en tan grandes peligros para la república, no parecer remiso ni descuidado, y con todo eso me acuso de perezoso y perverso. Se halla ya en Italia y en la frontera de la Toscana un ejército en formación contra nuestra república. Crece de día en día el número de los enemigos. Vemos al capitán y general de este ejército dentro de los muros de Roma y en el senado, maquinando cada día alguna destrucción intestina y extrema ruina de la república.

Siendo, pues, esto así, Catilina, si ordenare yo que seas preso y muerto, habré de temer, según pienso, que me tengan a mal todos los buenos la dilación y tardanza, antes que alguno la crueldad que podría usar en tu castigo.

Con todo eso, lo que hace mucho que debía estar hecho, aún ahora no me resuelvo a hacerlo por cierto respeto, y así es que entonces determino matarte cuando ya no se pueda hallar tan malvado, tan perdido y tan tu semejante en el mundo que afirme habérsete quitado injustamente la vida. Porque, mientras hubiere alguno que ose defenderte, vivirás, Catilina; pero vivirás como vives ahora: rodeado de muchos y muy grandes vigilantes que a tu alrededor tengo puestos para que no te puedas mover contra nuestra república. Tendrás también sin sentirlo, como los tuviste hasta ahora, desvelados en tu asechanza, los ojos y oídos de muchos que te controlarán y seguirán adondequiera que vayas.

3.- Dime, pues, Catilina: ¿a qué más esperas? Si ni la noche con sus tinieblas puede oscurecer tus contubernios nefarios, ni las paredes de tu casa particular abarcar en sí la voz de tu conjuración; si todas tus traiciones se descubren y salen afuera… Cambia ese parecer, créeme, y olvídate de las matanzas e incendios. Eres convencido por todas partes, y todos tus consejos se muestran más claros que el día, los cuales conmigo has de reconocer ahora.

¿No te acuerdas de que el 19 de octubre dije al senado públicamente que el 21 del mismo mes veríamos en armas a Gayo Manlio, allegado tuyo y ministro de tu atrevimiento? ¿Por ventura me engañé, Catilina, no solamente en un negocio tan grande, tan cruel y tan increíble, sino también —lo cual engendra mucho mayor espanto— en el día? Así mismo di aviso al senado de que para el 26 de octubre habías destinado la muerte a todos los principales de la ciudad, en la cual sazón se ausentaron no pocos de ellos, y esto no tanto por conservar su salud cuanto por reprimir tus designios y pensamientos.

¿Negarás, pues, que tú en aquel mismo día, cuando dijiste que te contentabas de degollar a los que acá quedábamos, ya que se te habían escapado los otros, cercado por mis centinelas y mi diligencia, no te pudiste rebullir contra la república?

Además de lo ya dicho, cuando, asaltando Preneste de noche, pensaste tomarla por la fuerza el primer día de noviembre, ¿no hallaste que aquella tierra por mi orden, con mi guarnición y con mis guardas y centinelas estaba proveída y fortificada? No haces ni mueves ni piensas cosas que yo no vea, oiga y sienta muy a las claras.

4.- Reconoce conmigo, pues, lo de aquella noche pasada, y conocerás que yo me desvelo mucho más para la salvación que tú para la ruina de la república. Digo que viniste aquella primera noche entre los falcarios —no quiero hablar oscuramente— a casa de Marco Leca, adonde concurrieron muchos compañeros de la misma locura y maldad. ¿Osarás, pues, negar esto? ¿Por qué callas? Yo te convenceré, si lo niegas, porque aún aquí veo, en este senado, a algunos que se hallaron juntamente contigo.

¡Oh, inmortales dioses! ¿En qué tierra estamos? ¿Qué república tenemos? ¿En qué ciudad residimos? Aquí, aquí, padres conscriptos, en esta orden digo entre nosotros mismos, y en este santísimo y gravísimo consejo de todo el mundo, se hallan algunos que se afanan no solamente en mi muerte y en la de todos vosotros, sino también en la desolación de esta ciudad y del mundo entero.

Yo, cónsul, los veo a estos y les pido su parecer acerca de la república, y a los que merecían ser despedazados con hierro no los oso ni aun herir con palabras. Así que estuviste aquella noche, Catilina, con Leca, repartiste las provincias de Italia, ordenaste adónde querías que marchara cada uno, escogiste los que habías de dejar aquí en Roma y los que querías sacar contigo, señalaste las partes de la ciudad que habían de ser incendiadas, afirmaste que saldrías presto de Roma, dado que se retrasaría tu designio algún tanto a causa de que yo seguía vivo. Se hallaron entonces dos caballeros romanos que se ofrecían a librarte de esta preocupación y matarme aquella misma noche en mi propio lecho, un poco antes del día. Todas estas cosas conocí luego, padres conscriptos, en cuanto terminó vuestra reunión, y así proveí y aseguré mi causa con mayor guarda, y di con la puerta en los ojos a los que de tu parte, ¡oh, Catilina!, vinieron a saludarme muy de mañana, que fueron aquellos mismos de los cuales yo había dicho antes a muchos varones, como vendrían precisamente a tal tiempo.

5.- Así pues, siendo todo esto de esta forma, Catilina, prosigue en lo comenzado: sal alguna vez siquiera de la ciudad, que las puertas están abiertas; camina: ya hace mucho que te desea como su general el ejército que Manlio tiene formado en tu nombre. Saca también contigo a todos tus adeptos o, si no puedes a todos, al menos gran parte de ellos. Limpia nuestra ciudad. Me librarás ciertamente de un grandísimo miedo, mientras entre tú y yo halla algún muro de por medio. Ya no puedes conversar con nosotros más largo tiempo, porque yo no lo toleraré, no lo consentiré y no daré lugar a ello.

Debemos a los inmortales dioses hoy dar muchas gracias, y particularmente a este Júpiter que aquí preside y es antiquísimo protector y amparo de esta ciudad, que nos hayamos librado tantas veces de una tan triste, tan horrible y tan infecta pestilencia de la república, cuya total salvación no es bien que corra tan a menudo riesgo y esté en peligro a causa de un hombre solo.

Siempre que tú, Catilina, quisiste atacarme a mí, siendo ya cónsul, con traiciones, me defendí de tus manos no con las armas públicas, sino con mi particular diligencia. Cuando en los recientes ayuntamientos consulares procuraste matarme a mí, que era cónsul, y a todos tus competidores en el campo de Marte, con ayuda de mis amigos reprimí tus nefarios esfuerzos sin hacer ningún alboroto público. En suma, siempre que quisiste atacarme, te resistí yo mismo con mi persona, puesto que consideraba que mi ruina estaba unida a la gran calamidad y desventura de la república.

Pero ya abiertamente contra toda la república enderezas tus crueles flechas. Procuras destruir y asolar los templos de los inmortales dioses, las casas de la ciudad, la vida de todos los ciudadanos y, finalmente, toda Italia. Por eso, no osando yo ahora hacer lo que fue siempre tenido por principal y propio de este imperio y de la disciplina de nuestros mayores, haré lo que acerca de la severidad se mostrará más blando, así como más útil y provechoso respecto a la salvación común.

Y es que, si mando que te quiten la vida, se quedará solapado en nuestra república el resto de tus revoltosos y conjurados; y si mando lo que hace rato que te aconsejo, que te salgas fuera, se saldrá juntamente contigo y se agotará una gran hediondez de tus allegados y compañeros, muy dañosa a la república.

¿Qué es esto, pues, Catilina? ¿Dudas por ventura de hacer ahora por mi mandado lo que ya de tu voluntad hacías? Manda el cónsul al enemigo que se salga de la ciudad. Me preguntarás tú: «¿Por ventura a destierro?». No te mando yo que salgas para destierro, pero te lo aconsejo, si tomas mi parecer.

 PREGUNTAS

1) ¿A qué género pertenece este texto?

RESPUESTA.- Este texto pertenece al género literario de la oratoria.

2) ¿A qué obra y autor pertenece este texto?

RESPUESTA.- El autor de este texto es Cicerón, el orador más importante de la república. La obra es Las Catilinarias (discursos contra Catilina, el noble romano que intentó dar un golpe de estado en Roma en época republicana)

3) Describe las características principales de este género literario. 

RESPUESTA.- Entre las características principales de la oratoria podemos señalar:

a)  La oratoria es el arte de la persuasión mediante la palabra. 

b) La oratoria en lengua latina tuvo su auge en época republicana, cuando existía un ambiente de libertad propicio para su práctica.

c)  La oratoria tenía una finalidad práctica, usándose en los tribunales (discursos judiciales), en el foro (discursos políticos) y en algunas manifestaciones religiosas (elogios fúnebres).

d) A partir de la oratoria se desarrolló, a partir del s. II a.C., una disciplina nueva en Roma, la retórica, que había surgido en Grecia en el siglo V a. de C. como una sistematización de técnicas y procedimientos expositivos necesarios para el orador.

e) La oratoria latina se adaptó a la retórica griega, de la que tomó las partes del discurso que son cinco: exordium (= introducción), narratio (= exposición del asunto), probatio (= aportación de argumentos), refutatio (= se rechazan las objeciones reales o posibles) y peroratio (= conclusión, donde se intenta inclinar al auditorio o a los jueces a favor de las teorías que el orador defiende).  

4) Identifica en el texto alguna de las características del género literario al que pertenece.

RESPUESTA.- Este texto pertenece al género literario de la oratoria y lo podemos afirmar en base a estas razones:

a) Es un texto en el que se pronuncia un discurso político (en este caso, su autor, Cicerón, lo dirige como cónsul en el senado  contra Catilina, el noble romano que intentó dar un golpe de estado en Roma durante la república). Su autor, Cicerón, interpela directamente a Catilina y denuncia su conspiración como una traición a la república. 

b) En el texto podemos ver recursos propios de la oratoria como la interpelación directa a Catilina y a los senadores y las interrogaciones retóricas que dan énfasis al mensaje: "¿Qué es esto, pues, Catilina? ", "Todas estas cosas conocí luego, padres conscriptos, en cuanto terminó vuestra reunión",  "¡Oh, inmortales dioses! ¿En qué tierra estamos? ¿Qué república tenemos? ¿En qué ciudad residimos?"

c) El discurso contra Catilina persigue un fin práctico, que es denunciar su conspiración en el senado y lograr que éste salga de Roma, frustrando así sus planes de hacerse con el poder en Roma: "Manda el cónsul al enemigo que se salga de la ciudad. Me preguntarás tú: «¿Por ventura a destierro?». No te mando yo que salgas para destierro, pero te lo aconsejo, si tomas mi parecer."

5) Resume el contenido de este texto. 

RESPUESTA.- En el texto, Cicerón pronuncia un discurso político en el senado contra Catilina, un noble romano que intentaba hacerse con el poder en Roma. Cicerón denuncia los planes de Catilina y se dirige también a los senadores argumentando que la conspiración debe ser derrotada para preservar la estabilidad de la república. Cicerón critica la pasividad del senado y pone como solución la muerte o el destierro de Catilina. Apoya esta propuesta aportando razones que describen la gravedad de la situación y constatando cómo en otras situaciones similares de crisis se actuó de la misma manera en Roma.

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